MAASTRICHT Y DIOS
En 2006, a punto de
comenzar la mayor crisis desde la Gran Depresión, los gobernantes bromeaban
sobre el hundimiento del dólar y las deudas encubiertas de las inmobiliarias,
la burbuja de las hipotecas-basura.
Nadie advertía la crisis y mucho menos el Comité Federal del Mercado Abierto de
la Reserva Federal (Fed), el que decide qué hacer con los tipos de interés. Hoy,
como consecuencia de aquello, el mercado se ha apoderado de la política y la ha
reducido a la única dimensión del beneficio.
Pero eso ya se advertía
por la evidencia de un mundo repleto de cosas pero vacio interiormente, sin
contenido espiritual y de espaldas a la trascendencia, que ha desnaturalizado
al hombre y a las sociedades hasta hacer de su realidad simple alegoría. De
esta forma el mundo sin coherencia interna carece de función, pues es un
universo de dudas y confusión, carente de normas morales. Por eso ante la
pérdida de influencia de las grandes instituciones los estados tienen que
intervenir para resolver la crisis, que es antes que nada una crisis de
identidad.
El proceso de
decadencia se da, lo sabemos, en épocas de agotamiento espiritual como la que
vivimos. De ahí que va ser fundamental una reivindicación del sentimiento
religioso porque la crisis no hace desaparecer a Dios.
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