Aun
movilizando todos los recursos legales, administrativos y políticos, la unidad
de España no está garantizada por la fuerza de la razón. Con todo, y a pesar de
todas las objeciones que se hagan, España tendrá que demostrar capacidad y voluntad
de pertenecer al grupo de los países civilizados en los que se respeta el orden
constitucional y las leyes. De ahí que algunos ante esta Cataluña “alzada” propongamos
una respuesta proporcional a la gravedad en el marco del Estado de Derecho:
enviar a la Guardia Civil a restablecer el orden constitucional para demostrar
que su respeto está en la base de la política del Reino de España.
Pero como la memoria guarda una relación de
negociación continúa con el olvido, retengamos en la mente razones suficientes
para abordar el presente que nos aqueja.
La Transición como proceso de
deconstrucción del ser de España se inicia sobre el engaño de una Reforma y se
completa manipulando el descontento de la mayoría de la sociedad española, que
había invocado a sus Fuerza Armadas a rectificar el rumbo de la nación. Así, lo
que verdaderamente acontece el 23 de febrero de 1981 es un autogolpe, calibrado
para después golpear, cuya única inquietud fue el tiempo que algunos tardaron en
decidirse si se sublevaban o no, porque esto de sublevarse no es fácil salvo
para los hombres de honor y para los
valientes.
Con los arrestos establecidos, ni uno más,
pese a que se tuvieron acceso a todas las fuentes policiales, quienes dirigen y
pautan la Transición establecen el protocolo de actuación y el argumento: poner
al Ejército al pie de los caballos para evitar que en posterior ocasión tuviera
algo que decir, dejando muy claro que no importaba tanto la clase de política que
se estableciese en España, porque a quien había que defender era al Rey y al
pueblo. La forma de entender cuatro cosas: Que el país se rindiera a los pies
de Juan Carlos I, por aquellas fechas muy contestado en todos los ámbitos
sociales, aunque todavía no pasaba por la cabeza de nadie echarle, que es
finalmente lo que se ha hecho. Que la huella que han dejado nuestra Fuerzas Armadas
ante el mayor desafió de la nación, la quiebra casi absoluto del orden
constitucional y la falta de respeto a la Ley en Cataluña y Vascongadas, haya
sido la posición de perfil y en primer tiempo de saludo. Que Gibraltar siga
viviendo de España protegida por Gran Bretaña. Y que al frente del Estado Mayor
de la Defensa figurase un tipo como José Julio Rodríguez. De esta forma se
entiende que las Fuerzas Armadas tuvieran necesidad de otro tipo de aprendizaje
para llevar a cabo un resultado más sencillo, ser la tropa más adocenada al
dictado de eso que se ha dado llamar Dividendo de Paz Internacional que impone
la OTAN y algunas veces, no siempre, la ONU, con los resultados que todos
conocemos.
Así, pues, aquella cínica manipulación que
fue el 23-F es la clave para entender todo lo que ha venido y viene sucediendo
respecto al tema que nos ocupa: la unidad de España. Porque una vez descabezado
el Ejército todo tendría que sujetarse a la lógica aritmética de la democracia
liberal. De ahí que la unidad de la
nación, lo que es más propio del ser de España, esté en grave peligro, porque
para nada se contempla que frente al fracaso de la fuerza de la razón se imponga
la razón de la fuerza. Sobre todo, cuando la indiferencia es la reacción
natural de nuestra sociedad. Una indiferencia que se ha venido gestando y que
hoy cursa en enfermedad muy grave: la falta de identidad nacional. Indiferencia
a la que mucho ha contribuido la eliminación del Servicio Militar obligatorio
(el pueblo en armas en defensa de su unidad, integridad y de sus valores)
llevada a cabo por el Gobierno de Partido Popular presidido por José María que adelantó la fecha
de supresión para cumplir la promesa que
le hizo a la izquierda.
Por eso la pregunta que me hago cobra pleno
sentido. ¿Qué hubiera pasado si los tenientes generales de entonces, en lugar
de desplantes que no eran más que posturitas de salón, hubieran pautado el
artículo VIII de la Constitución (“De la organización territorial del Estado”);
combatido a ETA (para que no hubiera asesinado hasta hartarse), y haber hecho
desfilar a las tropas, que menos que una vez, en Barcelona, Vascongada y
Melilla?
Dicho lo cual, y partiendo de la base de
que el Estado no es sólo la Corona y los tres poderes que lo constituyen,
porque el Estado es la sociedad vertebrada, no se nos escapa la gran
responsabilidad que cabe imputar a las Fuerzas Armadas en la quiebra del
sentimiento de unidad de España, por cuanto ellas son garantes, y en ellas
confía el pueblo lo más sagrado de la nación, su unidad e integridad,
realidades sin las cuales la Patria se destruye. Obligación que es además
mandato constitucional expreso, normado e imperativo.
Sobran pues los 25 minutos en su Día de Orgullo,
el desfile, que se nos antoja un tiempo excesivo, toda vez que ya ni los pijos
del PP, que nunca marcarán el paso porque se torcerían el pie, van a verles
desfilar con su banderitas de plástico compradas a los chinos.
Y ojo, porque la Corona existe en su
esencia cuando los pueblos que con esta forma de Estado se implican obtienen
resultados.
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