Pese
a que el problema ya es percibido con honda intensidad de realidad y
preocupación por todos los europeos, dándose el caso que muchos han rectificado
en sus valoraciones buenistas,
todavía siguen conviviendo en el discurso político tics totalmente inaceptables
como que “los atentados de los musulmanes son un ataque a todos los demócratas”
cuando en realidad son un ataque contra todos los europeos, seamos o no
demócratas liberales. Con todo, una cosa es cierta, ahora la realidad se ha
impuesto, o mejor dicho, nos la han impuesto, y ya nadie habla de “hacer
concesiones”. Es decir, que ya ni siquiera la izquierda habla de hacer
concesiones a los musulmanes, sino de mantener los valores y principios
democráticos mientras esperamos la siguiente matanza. Algo hemos avanzado.
Hay que dar un paso más, y Dios quiera que
no tengamos que darnos cuenta de ello tras un atentado monstruoso. Europa debe
saber que lo que está en juego es su propia existencia física, porque los
musulmanes avanzan por nuestro suelo sin control como parte del programa del Nuevo
Orden Internacional que se intenta imponer, determinado por Maastrique como
gran proyecto de la Masonería, enemiga del orden occidental cristiano. De lo
que se infiere que el mundo musulmán debe hacer reflexionar a Occidente, sobre
todo, porque tenemos a miles de sus hijos en nuestras naciones, cuyo peligro
nos obliga a articular golpes de emergencia a nuestra legitimidad
constitucional, una situación que coarta nuestras libertades de expresión y
movimiento, abiertamente ilegales, que se han convertido en una parte de
nuestro repertorio de legitimidad. Ojo, porque puede imponerse una narrativa enfocada
a una resistencia activa que ensalce la idea de insurgencia urbana.
De ahí que sobren las manifestaciones
buenistas, vengan de donde vengan, vengan del mismo Vaticano dictadas por un
Papa de bajísimo perfil intelectual y teológico, cuyo discurso, y en su justa
medida no ha dudado en cuestionar el ministro del Interior polaco con motivo de
las medidas de seguridad que ha tenido que imponer Polonia en previsión de
ataques terroristas musulmanes en la Jornada Mundial de la Juventud, sobre todo
tras la detención de un refugiado iraquí con material explosivo: “La actual
amenaza terrorista es resultado de décadas de la política de inmigración, de la
política del multiculturalismo y de aceptar durante años a inmigrantes de
Oriente Medio y del norte de África que no se integran en las sociedades de
Europa”.
Estamos ante un peligro real que nadie
oculta y que podemos apreciar en toda dimensión en las respuestas que da Jesús
M. Pérez, analista de Seguridad y Defensa, en la entrevista que le hace La
Razón con fecha 20 de julio de 2016:
¿Existe
alguna manera de cuantificar a los “lobos solitarios” en suelo europeo? No.
¿El aumento de los ataques en Europa
podría responder a una orden concreta de líderes yihadistas? Ya en 1996,
Obama Bin Laden decía que era deber de todo musulmán matar a estadounidenses y
ciudadanos de sus países aliados. ¿Cómo
puede Europa prevenir este tipo de ataques? Posiblemente veremos un cambio
en la respuesta policial.
A nivel mundial fue Samuel Phillips Huntington (1927 –
2008), politólogo y profesor, quien dio la voz de alarma en
1996, y como suele pasar cuando alguien pone el dedo en la llaga, se armó un
gran revuelo. Sobre todo, porque el problema que se empezaba a vislumbrar
todavía no era percibido como peligro por la ciudadanía occidental. Con todo,
su análisis era certero: “Vivimos en un mundo compuesto por múltiples
civilizaciones en conflicto”. Siendo así que su crítica al comportamiento de
los ciudadanos occidentales era oportuna: “hipócritas ocasionales y centrados
en sí mismos”. Y su advertencia clarividente: “las naciones occidentales
podrían perder su predominancia si fallan en reconocer la naturaleza de esta
tensión latente”. Así, en “Choque de civilizaciones y
reconfiguración del orden mundial”, articula su teoría sobre la necesidad que los estados-nación
europeos tendrán en el siglo XXI de regular sus políticas “en torno al concepto
de civilización”, si es que quieren tener futuro. Habla, pues, del concepto de
identidad étnica y cultural que la globalización amenaza. Que fue por lo que la
izquierda norteamericana y la europea, aparte de calificarle de “fascista”, se
le echó encima con el único argumento de usar mal lo datos de ese impacto aglutinador.
De ahí que la cuestión estribe en
plantearnos, y tener muy presente, que el peligro es la fe musulmana
compendiada en el Corán, sobre todo cuando entra en contacto con el mundo
occidental. Una fe que es fideista en
materia teológica y en su ética frente a la razón, siendo así que las
prescripciones y prohibiciones divinas son sus fuentes de Derecho. Lo que
ocasiona enormes dificultades para dialogar. Que es la primera y fundamental
cuestión que Occidente debería contemplar, y tener en cuenta.
Sin descartar poner de manifiesto la estupidez de la izquierda que ha perdido
toda credibilidad de mejorar el mundo, y que lo único que les queda es el furor
beligerante contra la fe cristiana, fundamentalmente católica, tratando de
establecer comparaciones imposibles desde el sentido común. Argumento que
contesta Fernando García de Cortázar (Tercera
de ABC de 21 de abril de 2015) en estos términos: “Establecer similitudes
esenciales entre el islamismo de nuestro tiempo y ese imaginario catolicismo
medieval es algo mucho peor que una falsificación. Es poner a un mismo nivel la
resistencia del radicalismo islámico a la modernidad del siglo XXI y las
posiciones del cristianismo que se movía en el mundo anterior al Renacimiento”.
Declaraciones que en algún sentido también contradecían lo que Francisco, Papa,
viene diciendo de la radicalidad del cristianismo en épocas pasadas, en sus
constantes visitas a mezquitas de todo el mundo.
Europa debe
retomar y expresar su impulso civilizador, porque lo que verdaderamente está en
juego es su propia existencia. Debe recobrar su identidad cristiana y aparcar
las utopías para volver a la senda que es necesario recordar, la senda de los
grandes combates a favor de una civilización asentada en el Derecho Natural: Hay
que enmendar el concepto de libertad religiosa que impone el liberalismo en
nuestras sociedades europeas sobre la base de tolerar absolutamente todo y no
enfrentarse a nada. Hay que arrumbar la pretensión de dictar una moral pública
laica obligatoria. Eso nos ayudaría a
comprender la matriz cultural de donde florecieron nuestros países.
De ahí, por tanto, la
necesidad de rearmarse porque las normas jurídicas vigentes no nos permiten
hacer frente a la situación de peligro en la que nos encontramos, y no podemos
permitirnos retrasar por más tiempo nuestra respuesta. Sobre todo, cuando
frente a nuestra falta de respuesta real el Estado Islámico sostiene un
discurso atractivo para el musulmán, cuya maquinaria propagandística combina la
conquista de la tierra invadida por los infieles; la brutalidad de sus huestes
como control a la amenaza cristiana, y el victimismo como forma de ensalzar el
sufrimiento y el martirio que llevan al paraíso de Alá. Discurso que algunos
quieren contrarrestar con programas para frenar las ideas del wahabismo saudí,
que es la corriente islámica más peligrosa, pese a las buenísima relaciones que
el mundo occidental mantiene con el Reino de Arabia Saudí, un reino sátrapa.
Hay que atreverse a decir que el musulmán
que convive pacíficamente en nuestras sociedades europeas es “religiosamente
tibio”, como nos dice José María Sandoval en su excelente trabajo “De
los males del islam” (Revista Arbil, número 118, vía Internet). Un
tibio que, como comprobamos a diario, siempre está a un instante de
radicalizarse y hacerse terrorista como nos lo revela un reciente estudio hecho
en Inglaterra, que advierte que “el treinta por ciento de los estudiantes
mahometanos británicos (inmigrantes de segunda generación) consideraba
justificado asesinar en nombre del islam”. Siendo así que no podemos
estructurar el peligro en relatos individuales que terminan en resonancia
fúnebres, mientras esperamos el siguiente atentado organizado en los suburbios
de nuestras ciudades donde se predica a Alá. Pues de lo contrario las
sociedades europeas terminaran confiando el futuro a dictadores y gritando…
¡Vivan las cadenas!
Por eso el peligro no son los radicales
musulmanes, sino todos los musulmanes, porque todos ellos pueden radicalizar,
no importando tanto las razones en la que sustente esa radicalización, que pueden
ser múltiples. Que es el protocolo con el que trabajan los servicios de
inteligencia y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de Europa, que tienen a todos
ellos en su punto de mira. Cuestión que obliga, repito, a plantearnos las
relaciones con países como Arabia Saudita, Qatar o Pakistán, los tres aliados
de EEUU y de la Unión Europea, verdaderos estados sátrapas y países
exportadores del yihadismo.
De esta forma convengo en afirmar tres
cosas. Primera. Que el peligro no son algunos, sino todos los musulmanes.
Segunda. Que hay que comprender que una civilización que se mundializa de la
forma en que lo ha hecho Europa está condenada a ser aniquilada por sus
enemigos. Tercera. Que si amamos nuestra
cultura y nuestra forma de vida tenemos que tomar conciencia de nuestra
identidad social, religiosa y étnica, y no preocuparnos tanto por la
integración de estas gentes como por su inmediata expulsión, y por
procedimiento de urgencia.
Por último permítaseme hacer una pregunta…
¿Qué colaboración proporcionan a Europa los musulmanes buenos que supuestamente también sufren el terrorismo de sus
hermanos musulmanes “malos”? Ninguna. No se les oye. Ocultan la tragedia y no
dicen nada.
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