viernes, 29 de julio de 2016

¿Está la unidad de España en la base de la política del Reino de España y en la conciencia de actuación de sus Fuerzas Armadas?



Aun movilizando todos los recursos legales, administrativos y políticos, la unidad de España no está garantizada por la fuerza de la razón. Con todo, y a pesar de todas las objeciones que se hagan, España tendrá que demostrar capacidad y voluntad de pertenecer al grupo de los países civilizados en los que se respeta el orden constitucional y las leyes. De ahí que algunos ante esta Cataluña “alzada” propongamos una respuesta proporcional a la gravedad en el marco del Estado de Derecho: enviar a la Guardia Civil a restablecer el orden constitucional para demostrar que su respeto está en la base de la política del Reino de España.    
    Pero como la memoria guarda una relación de negociación continúa con el olvido, retengamos en la mente razones suficientes para abordar el presente que nos aqueja.
    La Transición como proceso de deconstrucción del ser de España se inicia sobre el engaño de una Reforma y se completa manipulando el descontento de la mayoría de la sociedad española, que había invocado a sus Fuerza Armadas a rectificar el rumbo de la nación. Así, lo que verdaderamente acontece el 23 de febrero de 1981 es un autogolpe, calibrado para después golpear, cuya única inquietud fue el tiempo que algunos tardaron en decidirse si se sublevaban o no, porque esto de sublevarse no es fácil salvo para los hombres de honor  y para los valientes.
    Con los arrestos establecidos, ni uno más, pese a que se tuvieron acceso a todas las fuentes policiales, quienes dirigen y pautan la Transición establecen el protocolo de actuación y el argumento: poner al Ejército al pie de los caballos para evitar que en posterior ocasión tuviera algo que decir, dejando muy claro que no importaba tanto la clase de política que se estableciese en España, porque a quien había que defender era al Rey y al pueblo. La forma de entender cuatro cosas: Que el país se rindiera a los pies de Juan Carlos I, por aquellas fechas muy contestado en todos los ámbitos sociales, aunque todavía no pasaba por la cabeza de nadie echarle, que es finalmente lo que se ha hecho. Que la huella que han dejado nuestra Fuerzas Armadas ante el mayor desafió de la nación, la quiebra casi absoluto del orden constitucional y la falta de respeto a la Ley en Cataluña y Vascongadas, haya sido la posición de perfil y en primer tiempo de saludo. Que Gibraltar siga viviendo de España protegida por Gran Bretaña. Y que al frente del Estado Mayor de la Defensa figurase un tipo como José Julio Rodríguez. De esta forma se entiende que las Fuerzas Armadas tuvieran necesidad de otro tipo de aprendizaje para llevar a cabo un resultado más sencillo, ser la tropa más adocenada al dictado de eso que se ha dado llamar Dividendo de Paz Internacional que impone la OTAN y algunas veces, no siempre, la ONU, con los resultados que todos conocemos.
     Así, pues, aquella cínica manipulación que fue el 23-F es la clave para entender todo lo que ha venido y viene sucediendo respecto al tema que nos ocupa: la unidad de España. Porque una vez descabezado el Ejército todo tendría que sujetarse a la lógica aritmética de la democracia liberal.  De ahí que la unidad de la nación, lo que es más propio del ser de España, esté en grave peligro, porque para nada se contempla que frente al fracaso de la fuerza de la razón se imponga la razón de la fuerza. Sobre todo, cuando la indiferencia es la reacción natural de nuestra sociedad. Una indiferencia que se ha venido gestando y que hoy cursa en enfermedad muy grave: la falta de identidad nacional. Indiferencia a la que mucho ha contribuido la eliminación del Servicio Militar obligatorio (el pueblo en armas en defensa de su unidad, integridad y de sus valores) llevada a cabo por el Gobierno de Partido Popular presidido por José María que adelantó la fecha de supresión para cumplir la promesa que le hizo a la izquierda.
    Por eso la pregunta que me hago cobra pleno sentido. ¿Qué hubiera pasado si los tenientes generales de entonces, en lugar de desplantes que no eran más que posturitas de salón, hubieran pautado el artículo VIII de la Constitución (“De la organización territorial del Estado”); combatido a ETA (para que no hubiera asesinado hasta hartarse), y haber hecho desfilar a las tropas, que menos que una vez, en Barcelona, Vascongada y Melilla?
    Dicho lo cual, y partiendo de la base de que el Estado no es sólo la Corona y los tres poderes que lo constituyen, porque el Estado es la sociedad vertebrada, no se nos escapa la gran responsabilidad que cabe imputar a las Fuerzas Armadas en la quiebra del sentimiento de unidad de España, por cuanto ellas son garantes, y en ellas confía el pueblo lo más sagrado de la nación, su unidad e integridad, realidades sin las cuales la Patria se destruye. Obligación que es además mandato constitucional expreso, normado e imperativo.
    Sobran pues los 25 minutos en su Día de Orgullo, el desfile, que se nos antoja un tiempo excesivo, toda vez que ya ni los pijos del PP, que nunca marcarán el paso porque se torcerían el pie, van a verles desfilar con su banderitas de plástico compradas a los chinos.
    Y ojo, porque la Corona existe en su esencia cuando los pueblos que con esta forma de Estado se implican obtienen resultados.

jueves, 28 de julio de 2016

El peligro no son algunos musulmanes, el peligro son todos los musulmanes



Pese a que el problema ya es percibido con honda intensidad de realidad y preocupación por todos los europeos, dándose el caso que muchos han rectificado en sus valoraciones buenistas, todavía siguen conviviendo en el discurso político tics totalmente inaceptables como que “los atentados de los musulmanes son un ataque a todos los demócratas” cuando en realidad son un ataque contra todos los europeos, seamos o no demócratas liberales. Con todo, una cosa es cierta, ahora la realidad se ha impuesto, o mejor dicho, nos la han impuesto, y ya nadie habla de “hacer concesiones”. Es decir, que ya ni siquiera la izquierda habla de hacer concesiones a los musulmanes, sino de mantener los valores y principios democráticos mientras esperamos la siguiente matanza. Algo hemos avanzado.  
    Hay que dar un paso más, y Dios quiera que no tengamos que darnos cuenta de ello tras un atentado monstruoso. Europa debe saber que lo que está en juego es su propia existencia física, porque los musulmanes avanzan por nuestro suelo sin control como parte del programa del Nuevo Orden Internacional que se intenta imponer, determinado por Maastrique como gran proyecto de la Masonería, enemiga del orden occidental cristiano. De lo que se infiere que el mundo musulmán debe hacer reflexionar a Occidente, sobre todo, porque tenemos a miles de sus hijos en nuestras naciones, cuyo peligro nos obliga a articular golpes de emergencia a nuestra legitimidad constitucional, una situación que coarta nuestras libertades de expresión y movimiento, abiertamente ilegales, que se han convertido en una parte de nuestro repertorio de legitimidad. Ojo, porque puede imponerse una narrativa enfocada a una resistencia activa que ensalce la idea de insurgencia urbana.
    De ahí que sobren las manifestaciones buenistas, vengan de donde vengan, vengan del mismo Vaticano dictadas por un Papa de bajísimo perfil intelectual y teológico, cuyo discurso, y en su justa medida no ha dudado en cuestionar el ministro del Interior polaco con motivo de las medidas de seguridad que ha tenido que imponer Polonia en previsión de ataques terroristas musulmanes en la Jornada Mundial de la Juventud, sobre todo tras la detención de un refugiado iraquí con material explosivo: “La actual amenaza terrorista es resultado de décadas de la política de inmigración, de la política del multiculturalismo y de aceptar durante años a inmigrantes de Oriente Medio y del norte de África que no se integran en las sociedades de Europa”.  
    Estamos ante un peligro real que nadie oculta y que podemos apreciar en toda dimensión en las respuestas que da Jesús M. Pérez, analista de Seguridad y Defensa, en la entrevista que le hace La Razón con fecha 20 de julio de 2016:
    ¿Existe alguna manera de cuantificar a los “lobos solitarios” en suelo europeo? No. ¿El aumento de los ataques en Europa podría responder a una orden concreta de líderes yihadistas? Ya en 1996, Obama Bin Laden decía que era deber de todo musulmán matar a estadounidenses y ciudadanos de sus países aliados. ¿Cómo puede Europa prevenir este tipo de ataques? Posiblemente veremos un cambio en la respuesta policial. 
    A nivel mundial fue Samuel Phillips Huntington (1927 – 2008), politólogo y profesor, quien dio la voz de alarma en 1996, y como suele pasar cuando alguien pone el dedo en la llaga, se armó un gran revuelo. Sobre todo, porque el problema que se empezaba a vislumbrar todavía no era percibido como peligro por la ciudadanía occidental. Con todo, su análisis era certero: “Vivimos en un mundo compuesto por múltiples civilizaciones en conflicto”. Siendo así que su crítica al comportamiento de los ciudadanos occidentales era oportuna: “hipócritas ocasionales y centrados en sí mismos”. Y su advertencia clarividente: “las naciones occidentales podrían perder su predominancia si fallan en reconocer la naturaleza de esta tensión latente”. Así, en “Choque de civilizaciones y reconfiguración del orden mundial, articula su teoría sobre la necesidad que los estados-nación europeos tendrán en el siglo XXI de regular sus políticas “en torno al concepto de civilización”, si es que quieren tener futuro. Habla, pues, del concepto de identidad étnica y cultural que la globalización amenaza. Que fue por lo que la izquierda norteamericana y la europea, aparte de calificarle de “fascista”, se le echó encima con el único argumento de usar mal lo datos de ese impacto aglutinador.
    De ahí que la cuestión estribe en plantearnos, y tener muy presente, que el peligro es la fe musulmana compendiada en el Corán, sobre todo cuando entra en contacto con el mundo occidental. Una fe que es fideista en materia teológica y en su ética frente a la razón, siendo así que las prescripciones y prohibiciones divinas son sus fuentes de Derecho. Lo que ocasiona enormes dificultades para dialogar. Que es la primera y fundamental cuestión que Occidente debería contemplar, y tener en cuenta. Sin descartar poner de manifiesto la estupidez de la izquierda que ha perdido toda credibilidad de mejorar el mundo, y que lo único que les queda es el furor beligerante contra la fe cristiana, fundamentalmente católica, tratando de establecer comparaciones imposibles desde el sentido común. Argumento que contesta Fernando García de Cortázar (Tercera de ABC de 21 de abril de 2015) en estos términos: “Establecer similitudes esenciales entre el islamismo de nuestro tiempo y ese imaginario catolicismo medieval es algo mucho peor que una falsificación. Es poner a un mismo nivel la resistencia del radicalismo islámico a la modernidad del siglo XXI y las posiciones del cristianismo que se movía en el mundo anterior al Renacimiento”. Declaraciones que en algún sentido también contradecían lo que Francisco, Papa, viene diciendo de la radicalidad del cristianismo en épocas pasadas, en sus constantes visitas a mezquitas de todo el mundo. 
    Europa debe retomar y expresar su impulso civilizador, porque lo que verdaderamente está en juego es su propia existencia. Debe recobrar su identidad cristiana y aparcar las utopías para volver a la senda que es necesario recordar, la senda de los grandes combates a favor de una civilización asentada en el Derecho Natural: Hay que enmendar el concepto de libertad religiosa que impone el liberalismo en nuestras sociedades europeas sobre la base de tolerar absolutamente todo y no enfrentarse a nada. Hay que arrumbar la pretensión de dictar una moral pública laica obligatoria. Eso nos ayudaría a comprender la matriz cultural de donde florecieron nuestros países.  
    De ahí, por tanto, la necesidad de rearmarse porque las normas jurídicas vigentes no nos permiten hacer frente a la situación de peligro en la que nos encontramos, y no podemos permitirnos retrasar por más tiempo nuestra respuesta. Sobre todo, cuando frente a nuestra falta de respuesta real el Estado Islámico sostiene un discurso atractivo para el musulmán, cuya maquinaria propagandística combina la conquista de la tierra invadida por los infieles; la brutalidad de sus huestes como control a la amenaza cristiana, y el victimismo como forma de ensalzar el sufrimiento y el martirio que llevan al paraíso de Alá. Discurso que algunos quieren contrarrestar con programas para frenar las ideas del wahabismo saudí, que es la corriente islámica más peligrosa, pese a las buenísima relaciones que el mundo occidental mantiene con el Reino de Arabia Saudí, un reino sátrapa.     
    Hay que atreverse a decir que el musulmán que convive pacíficamente en nuestras sociedades europeas es “religiosamente tibio”, como nos dice José María Sandoval en su excelente trabajo “De los males del islam” (Revista Arbil, número 118, vía Internet). Un tibio que, como comprobamos a diario, siempre está a un instante de radicalizarse y hacerse terrorista como nos lo revela un reciente estudio hecho en Inglaterra, que advierte que “el treinta por ciento de los estudiantes mahometanos británicos (inmigrantes de segunda generación) consideraba justificado asesinar en nombre del islam”. Siendo así que no podemos estructurar el peligro en relatos individuales que terminan en resonancia fúnebres, mientras esperamos el siguiente atentado organizado en los suburbios de nuestras ciudades donde se predica a Alá. Pues de lo contrario las sociedades europeas terminaran confiando el futuro a dictadores y gritando… ¡Vivan las cadenas!
    Por eso el peligro no son los radicales musulmanes, sino todos los musulmanes, porque todos ellos pueden radicalizar, no importando tanto las razones en la que sustente esa radicalización, que pueden ser múltiples. Que es el protocolo con el que trabajan los servicios de inteligencia y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de Europa, que tienen a todos ellos en su punto de mira. Cuestión que obliga, repito, a plantearnos las relaciones con países como Arabia Saudita, Qatar o Pakistán, los tres aliados de EEUU y de la Unión Europea, verdaderos estados sátrapas y países exportadores del yihadismo.
    De esta forma convengo en afirmar tres cosas. Primera. Que el peligro no son algunos, sino todos los musulmanes. Segunda. Que hay que comprender que una civilización que se mundializa de la forma en que lo ha hecho Europa está condenada a ser aniquilada por sus enemigos. Tercera. Que si  amamos nuestra cultura y nuestra forma de vida tenemos que tomar conciencia de nuestra identidad social, religiosa y étnica, y no preocuparnos tanto por la integración de estas gentes como por su inmediata expulsión, y por procedimiento de urgencia.
    Por último permítaseme hacer una pregunta… ¿Qué colaboración proporcionan a Europa los musulmanes buenos que supuestamente también sufren el terrorismo de sus hermanos musulmanes “malos”? Ninguna. No se les oye. Ocultan la tragedia y no dicen nada.