Los
tres tiempos de una Monarquía acabada
A
doña Leticia Ortiz Rocasolano, Princesa de Asturias, que ha dado todo cuanto ha
podido por modernizar la Institución.
Anatematizado
el debate político sobre nuestra forma de Estado, el poder de los reyes y de
los príncipes -sean o no de Asturias- no se asienta sobre la soberanía popular,
a la que en la actualidad se ofrenda a diario el sacrificio cruento de miles de
seres humanos en los vientres de sus madres, sino en algo tan etéreo, vago y
sutil como es el significado. De ahí que los reyes o príncipes que ejercen sean
símbolos que refieren a un significado. Pero como el símbolo necesita de un
significado que signifique, en la actualidad no les queda otra que un papel de
representación teatral sobre el disimulo y la apariencia.
Estamos
ante una institución vacía de contenido real que ha desplazado mediante el
disimulo y la apariencia el significado que tuvo en otras épocas. Por eso ni haber
hecho realidad el sueño de Cenicienta,
con el añadido que no estaba en el cuento de que la elegida también fuera una
mujer divorciada, podrá evitar que desaparezca.
Todos
somos conscientes de ello. De ahí que cargar la responsabilidad de la supervivencia
de la institución en un jugador de balonmano, sea, cuanto menos, una osadía de
proporciones esperpénticas, porque aquí de lo que hablamos es del sin sentido
de una institución que no elegimos y que es inoperante para España. Por tanto,
que es necesario abolir.
Veremos ahora lo que
nos cuenta Ansón, mordaz, blando y lascivo, para trocar la cada vez menos
amable condescendencia que el pueblo profesa al Monarca y travestirla en
adhesión al Príncipe, su tercera, particular y última esperanza.
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