Carta pública a Garzón
¿Qué tal Baltasar?
No pensaba escribir hasta que no se resolviera definitivamente ese doble entuerto judicial en que te hallas. Con todo, me reservo la última misiva para cuando por fin te condenen, que es lo que deseamos muchos.
¿Qué tal Baltasar?
No pensaba escribir hasta que no se resolviera definitivamente ese doble entuerto judicial en que te hallas. Con todo, me reservo la última misiva para cuando por fin te condenen, que es lo que deseamos muchos.
Pero mira, Baltasar, lo peor de todo, antes incluso que tus presuntas “prevaricaciones”, es el ridículo, el espantoso ridículo en el que te encuentras. Nada menos que tú, el juez estrilla por antonomasia, el elegido por la fortuna-política para ostentar cargos que no se podían ni soñar en el firmamento judicial, pidiéndole pasta a Botín para irte de becario a estudiar inglés. Con lo fácil que te hubiera sido irte a Jaén, de donde eres, subirte a un olivo y no bajarte hasta que no hubieras aprendido por lo menos lo justo para desenvolverte.
¡Qué pena, Baltasar, con lo que prometías! Pero una cosa te digo para tu bien. Y digo para tu bien, porque de no hacerme caso puedes contraer la terrible enfermedad de la paranoia. Me refiero a que no le eches la culpa de tu desgracia a Franco, pues la culpa sólo la tienes tu. O en su caso, tu sombra: la desatada ambición que recorre y corroe todo ese cuerpo.